lunes, 22 de febrero de 2016

Let The Children Boogie



Si mi compañero de fatigas, el Leopardo Verde, ha enfocado su escrito echando la vista atrás para agradecerle a su progenitor que un día le enseñara una portada de vinilo que nunca iba a olvidar, yo voy a centrar mi texto en las futuras generaciones, y en qué significa como padre traspasar a tus hijos algunos referentes, y más en concreto el referente de referentes: David Bowie.

Una de las experiencias vitales más potentes que se puede afrontar en nuestra existencia es la paternidad. Si los primeros años de la vida de tu primer cachorro los pasas en una nube de fascinación, ternura e inexperiencia, intentando cubrir con torpeza y buena voluntad las necesidades básicas de la criatura, es ese día en que te das cuenta que está en tus zarpas el reto de educarle, y que depende de cómo lo hagas puedes condicionar su manera de ser y relacionarse con el mundo, es en ese preciso instante que notas cómo un vértigo inmenso ante tan importante empresa se apodera de tu ser y decides elaborar una lista de herramientas imprescindibles para que la misión llegue a buen puerto.

Y en esa lista, hay un concepto que emerge en la mayoría de mentalidades grises que nos rodean, el sucio y vil metal. No hace falta ser muy perspicaz que vas a necesitar mucho dinero para dar lo mejor a tus hijos. Dinero para extraescolares, dinero para que pase unas vacaciones de esas que te quedan en la memoria para siempre, dinero para juguetes, ropa molona y colecciones de cromos, dinero para una segunda residencia, dinero para una bici de marchas, un trombón y un karategi, dinero, dinero, dinero... Sería tan fácil pensar: "Joder, pero si yo no había planeado mi vida para ganar dinero, si lo llego a saber no me meto en una carrera de letras, que los ingenieros cobran una pasta..." y agobiarse con todo ello, pero afortunadamente siempre emerge, potente e impertubable la cultura para poner las cosas en su sitio.

Porque la gente de colores ponemos en nuestra lista y en mayúsculas CINE, MÚSICA, ARTE, LITERATURA... CULTURA, CULTURA Y CULTURA. Y el dinero viene después.

Y te los sientas en tu regazo para leer un libro de Maurice Sendak o contemplar un cuadro de Dalí. Y les das la brasa con pelis viejunas como los Goonies y Karate Kid o les dejas la boca abierta cuando les cuentas que tras el agujero de la bañera se esconde el maravilloso mundo de Fraguel Rock. Y alucinas cuando se aprenden canciones de los Pixies, Beastie Boys, los Pistols o Rage Against The Machine. Y te maravillas cuando quieren ser trombonistas en la banda de los corazones solitarios del Sargento Pimienta. Y un buen día te dicen que quieren aprender a tocar un instrumento para ser como los Jayhawks o les recuerdas que de pequeños dejaban de llorar cuando la inmortal Janis Joplin entonaba el "Cry Baby" por enésima vez en el tocata. Y así pasan las semanas, los meses y los años y la maraña crece y se retroalimenta a velocidad de vértigo. Poco a poco sientes que no lo estás haciendo mal del todo y que todo ese imaginario que les estás cediendo te ayuda en la misión, y agradeces infinitamente que estén allí todos esos valientes que han dado un paso al frente con sus mentes creativas.

Si les preguntas a mis cachorros cual es su artista favorito de toda esa montaña de referentes, hay un nombre que emerge con especial fuerza, así que te responden con su voz chillona y carente de maldad: David Bowie, hombre!!!

Y es que no es de extrañar que ese ser irreal que aparece en las portadas de los discos de los 70's y en los vídeos que circulan por la red pueda llamar la atención de dos tiernas e impresionables mentes, pero es cuando pinchas su música cuando ves que el efecto que provoca en ellas es inmediato e irreversible.

El Duque Blanco les hace embarcar en peligrosas misiones espaciales en las que las estrellas lucen diferente y viajan a un lugar dónde la Tierra es capaz de entristecerse y no podemos hacer nada para remediarlo. Y fantasean especulando si el hombre que vendió al mundo lleva o no bigote mientras intentan procesar que en Marte Mickey Mouse tal vez tenga una granja de vacas o se preguntan por qué los marineros se pelean en la pista de baile si estarían mejor riendo y pasándoselo bien. Y no le temen a los cambios. Te piden ir de vacaciones a la Ciudad Sufragista para hacer el Ohh-Wham-Bam. Se enorgullecen de ser zurdos porque así podrán tocar la guitarra con Ziggy Stardust mientras se preguntan si las arañas arañas en Marte son de esas peludas y venenosas. Y no le temen al hombre de las estrellas porque creen que a ellos no les va a volar la mente. Y es que les encanta bailar el boogie.

 Y de eso se trata, de dejar a los niños bailar el boogie. Y que fantaseen. Porque sólo así, cuando en un futuro aún lejano descubran que esta sociedad es una puta mentira inventada por los poderosos para controlar a las masas, puedan tener rincones y recovecos dónde ocultarse de los hombres de negro y recordar ese día de carnaval en que lucieron orgulosos el rayo de Bowie en su cara pintarrajeada por su padre con mejor voluntad que precisión.

Porque nos nos equivoquemos, un rayo de pintura puede ser más valioso que un cheque con seis cifras. Sin lugar a dudas.

jueves, 18 de febrero de 2016

Un duque blanco para un leopardo negro

A diferencia de mi colega leopardo, no tengo demasiado claro cuando descubrí musicalmente a Bowie. Bueno, recuerdo que la primera vez que oí hablar de él fue un verano que pasé en Dublín para estudiar inglés. Debería tener una docena de años y otro estudiante bastante más mayor mencionó al Duque Blanco.
La verdad es que tengo muy pocos álbums de Bowie: el más preciado es el CD del recopilatorio 'Changes', que ignoro cuando y dónde lo adquirí, pero que se editó en 1990, por lo que supongo que lo debí comprar a principios de esa década.

También poseo el curioso 'Black tie white noise' de 1993, porque en esa época colaboraba en una revista cultural llamada Okaina, y me lo quedé (aunque no recuerdo haber escrito su reseña). 
Podría decirse pues, que mi conocimiento de la discografía de Bowie hasta los 90 ha sido básicamente la de los éxitos presentes en 'Changes'. Por fortuna, ahí están todos sus clásicos. 

A partir del 'Black tie white noise' empecé a seguir más de cerca sus nuevos elepés, aunque no llegué a comprar ninguno de ellos. El futurista 'Earthling' no me acabó de convencer, pero sí que me hubiera gustado verle en directo en el Doctor Music Festival de Escalarre. Pero la cruda verdad es que no conseguí animar a ningún colega para que fuésemos hasta allí. Una lástima, porque después nunca ha vuelto a Barcelona. 

El resto de álbumes que fue sacando tampoco me entusiasmaron (aunque a toro pasado he de reconocer que 'Outside' es muy bueno) hasta que llegó su resurrección, hace tres años, con 'The next day'. Y aunque parezca raro, me compré su obra póstuma 'Blackstar' un día después de su publicación y, lamentablemente, dos días antes de su fallecimiento. A la vez que sú última obra, me hice con el doble CD den directo 'A reality tour': seguramente fue porque intuía que no le vería nunca en directo, pero no me imaginaba en absoluto su marcha definitiva, que me dejó helado y dolido, ese lunes a primera hora de la mañana.  

Es curioso cómo su muerte me dejó tan tocado: no me había pasado con ningún otro músico, exceptuando la de Kurt Cobain. Como bien dice el leopardo verde, Bowie parecía inmortal, no era posible que se fuese... Y parecía que fuese alguien de la familia, muy cercano.

No lo pude ver nunca en directo, pero sí que tuve la inmensa suerte de poder ir a la increíble exposición sobre su figura en la ciudad de Berlín, hace dos veranos. Exposición que por cierto estaba ampliada respecto a su versión de Londres: se incluyó su etapa berlinesa. Algunas de las salas de la misma eran agobiantes por el volumen de gente (y eso que estaba limitado), pero otras eran maravillosas. Estaría muy bien que la exposición se hiciese itinerante y visitase nuestro país, a modo de homenaje póstumo. Seguro que rompería récords. 

Acabo con una reflexión sobre 'Blackstar', el disco. Personalmente, lo encuentro muy estimulante y arriesgado. Su tema homónimo pone los pelos de punta, así como 'Lazarus' y su vídeo, un auténtico testamento de un artista único y sin igual. Descansa en paz, David. Y gracias por todo.

 



 

miércoles, 17 de febrero de 2016

El vinilo de Bowie



Lo sabemos. Hace tantísimo tiempo que los leopardos no nos pasamos por aquí, que la manada ya se habrá dispersado, y no quedarán señales de vida al otro lado. Tampoco buscaremos excusas baratas: la mezcla de dejadez, dispersión cerebral, otros proyectos, y cachorros que alimentar en algún caso, fueron los causantes de que este minúsculo rincón en el hiperespacio de la red haya quedado abandonado y a la deriva. Todo tiene su inicio y su final, y hay que saber asumirlo con madurez y entereza, por mucha nostalgia que nos pueda entrar. Sea como sea, el mes pasado pasó algo que nos hizo volver a pensar en la tierra de los leopardos, e incluso proponernos escribir algo al respecto. La ocasión y el personaje se le merecían. Pero tampoco queríamos limitarnos a dejar 4 datos biográficos repetidos hasta la saciedad sobre el personaje. Total, ahora hemos descubierto que tenía millones de seguidores que parecen haber brotado repentinamente de debajo de la tierra como setas... así que nos propusimos escribir algo sobre él desde una perspectiva más personal. Sí, posiblemente a nadie le interesen una mierda nuestras experiencias vitales con Bowie, pero eso a nosotros también nos importa bien poco. Él nos enseñó a hacer las cosas que sintiéramos, como quisiéramos, sin darle ni una pizca de importancia a lo que pensaran los demás. Y eso es lo que pienso hacer ahora mismo. Porqué me sale de los Bowies...

Pensar en Bowie es recordar mi infancia; y de eso hace ya más de 3 décadas. La primera vez que supe de él fue por mi padre. La primera vez que le escuché fue GRACIAS a mi padre. Supongo que para un criajo que no levantaba un palmo del suelo, ver a ese tipo con pelos de loco en la enorme portada de un vinilo tenía que llamar la atención por narices. En mi surrealista cerebro de niño (el mismo que imaginaba que dentro del cuerpo teníamos diferentes cajones donde poníamos cada tipo de comida; gràcies, Salvador...), asociaba Bowie a mi padre. Y supongo que por ello, incluso llegué a pensar que se parecían físicamente, aunque no fuera verdad. ¿Pero a quién le importaba la absurda realidad exterior, tan inútil que ni siquiera era capaz de coincidir con mi mundo interior (el único que valía)? Un tipo así de raro sólo podía hacer música extraña, y eso es lo que dibujaba mi mente cuando la aguja empezaba a surcar por el vinilo. Flipaba, claro. Me quedaba hipnotizado. Probablemente, esa fue mi primera experiencia vital con las drogas, porqué la reacción que me provocaban esas canciones era lisérgica. Despertaban mi imaginación, por mucho que no entendiera nada de lo que me decían, a un nivel más racional. Tampoco hacía falta, y probablemente esa debió ser la primera vez en que, sin ser consciente, claro, descubrí el increíble potencial de la música, como generador de emociones y como puerta a otras dimensiones de mi cerebro y de mi alma. Sentía especial atracción por las melodías de 'Letter To Hermione', 'Janine' o 'God Knows I'm Good', seguramente más asequibles para un oído virgen, pero me quedaba embobado con las extrañas sonoridades y giros vocales de 'Space Oddity', 'Cygnet Committee' o 'Memory Of A Free Festival'. 


Quizás como agradecimiento eterno a mi padre, rozando ya mi adolescencia, y con el dinero ahorrado con mi paga semanal, le regalé un disco para su cumpleaños. Y, por supuesto, tenía que ser de Bowie. El último en aquél momento, que era 'Never Let Me Down'. Supongo que era uno de esos presentes que tiene parte de autoregalo. Como los padres que le compran el Scalextric al niño y luego juegan tanto o más que la criatura. Pero en este caso, era al revés. Era el crío el que quería escuchar más cosas de Bowie, y la excusa del cumpleaños paterno era la coartada perfecta. Reconozco que me llevé un buen chasco. Ese Bowie de canciones estándard y de sonido horriblemente ochentero me supuso un gran desengaño. Allí no había magia, ni misterio. Cualquier parecido con 'Space Oddity' era pura coincidencia. Y aquello fue como un divorcio para mi. Supongo que no fui capaz de apreciar en aquél momento la virtud que escondía todo aquello: el potencial camaleónico del personaje de las 1000 caras, y la increíble capacidad de reinventarse en lo que le daba la gana en cada momento. Era un riesgo, claro, porqué difícilmente iba a contentar a quien le quería de una manera y no de otras. Pero eso no importaba una mierda. Lo único que contaba es contentarse a sí mismo. Redefinirse, encontrar la chispa y el estímulo para seguir brillando con luz propia, y hacer camino con energías renovadas en todo momento. Por mucho que por medio hiciera cosas que me parecen una mierda, ahora admiro todo eso que había detrás. Con los años, tuve la suerte de 'reenamorarme' de Bowie, cuando un amigo del instituto me descubrió 'Ziggy Stardust'. Y, a partir de ahí, fui entrando en contacto con las canciones de 'The Man Who Sold The World', 'Aladdin Sane', 'Heroes' o incluso escuchando por curiosidad su época mod previa a la fama. No me considero ni mucho menos un gran conocedor de su obra, vida y milagros, porqué me basta y me sobra con los discos de esa época inicial. Su último disco me sigue dejando frío en lo musical, por mucho que tras su muerte entendiera muchas cosas que cambiaban mi perspectiva y mi mirada hacia 'Blackstar'. Pero por su presencia e influencia en mi vida, y por ese vinilo de mi padre que acabó en mi casa cuando hice la mudanza para independizarme, y por toda la fuerza, el carisma y el simbolismo del personaje, lo siento una parte importante de mi vida. Y sentí una gran pena aquel maldito lunes del mes pasado en que, al despertar y abrir el portátil, vi el post en Facebook de uno de los leopardos anunciando que Bowie había muerto. No podía ser. Bowie era de esos personajes inmortales que no podía morir. Si él moría, a todos nos iba a llegar el día, no había duda. Y además de ese miedo aterrador, sentí una inmensa rabia por no haberle podido ver nunca en directo. Cada año había la esperanza, cuando los días previos a desvelarse el cartel del Primavera Sound se disparaban los rumores. Pero no. Ya no podrá ser. 

"Odisea Espacial (...) invade y conmociona el ser entero. Como toda la música de Bowie, es al mismo tiempo extática e incómoda, inquietante (...) personal y universal, quizá galáctica, microcósmica y macrocósmica" - dice la etiqueta rosa de la contraportada de la edición española de 1973 que se compró en su día mi padre, cuando yo quizás ni había nacido. Cuatro décadas después, el efecto mariposa que inició la compra del vinilo de Bowie llega hasta aquí. Sentado delante del portátil, escribiendo sobre el disco con el vinilo apoyado a mi izquierda en la mesa, y percibiendo su música a través de medios digitales que ni se habría podido imaginar cuando compuso esta obra de arte. "Todo lo que somos está cifrado aquí. Sólo tenemos que escuchar"...