miércoles, 17 de febrero de 2016

El vinilo de Bowie



Lo sabemos. Hace tantísimo tiempo que los leopardos no nos pasamos por aquí, que la manada ya se habrá dispersado, y no quedarán señales de vida al otro lado. Tampoco buscaremos excusas baratas: la mezcla de dejadez, dispersión cerebral, otros proyectos, y cachorros que alimentar en algún caso, fueron los causantes de que este minúsculo rincón en el hiperespacio de la red haya quedado abandonado y a la deriva. Todo tiene su inicio y su final, y hay que saber asumirlo con madurez y entereza, por mucha nostalgia que nos pueda entrar. Sea como sea, el mes pasado pasó algo que nos hizo volver a pensar en la tierra de los leopardos, e incluso proponernos escribir algo al respecto. La ocasión y el personaje se le merecían. Pero tampoco queríamos limitarnos a dejar 4 datos biográficos repetidos hasta la saciedad sobre el personaje. Total, ahora hemos descubierto que tenía millones de seguidores que parecen haber brotado repentinamente de debajo de la tierra como setas... así que nos propusimos escribir algo sobre él desde una perspectiva más personal. Sí, posiblemente a nadie le interesen una mierda nuestras experiencias vitales con Bowie, pero eso a nosotros también nos importa bien poco. Él nos enseñó a hacer las cosas que sintiéramos, como quisiéramos, sin darle ni una pizca de importancia a lo que pensaran los demás. Y eso es lo que pienso hacer ahora mismo. Porqué me sale de los Bowies...

Pensar en Bowie es recordar mi infancia; y de eso hace ya más de 3 décadas. La primera vez que supe de él fue por mi padre. La primera vez que le escuché fue GRACIAS a mi padre. Supongo que para un criajo que no levantaba un palmo del suelo, ver a ese tipo con pelos de loco en la enorme portada de un vinilo tenía que llamar la atención por narices. En mi surrealista cerebro de niño (el mismo que imaginaba que dentro del cuerpo teníamos diferentes cajones donde poníamos cada tipo de comida; gràcies, Salvador...), asociaba Bowie a mi padre. Y supongo que por ello, incluso llegué a pensar que se parecían físicamente, aunque no fuera verdad. ¿Pero a quién le importaba la absurda realidad exterior, tan inútil que ni siquiera era capaz de coincidir con mi mundo interior (el único que valía)? Un tipo así de raro sólo podía hacer música extraña, y eso es lo que dibujaba mi mente cuando la aguja empezaba a surcar por el vinilo. Flipaba, claro. Me quedaba hipnotizado. Probablemente, esa fue mi primera experiencia vital con las drogas, porqué la reacción que me provocaban esas canciones era lisérgica. Despertaban mi imaginación, por mucho que no entendiera nada de lo que me decían, a un nivel más racional. Tampoco hacía falta, y probablemente esa debió ser la primera vez en que, sin ser consciente, claro, descubrí el increíble potencial de la música, como generador de emociones y como puerta a otras dimensiones de mi cerebro y de mi alma. Sentía especial atracción por las melodías de 'Letter To Hermione', 'Janine' o 'God Knows I'm Good', seguramente más asequibles para un oído virgen, pero me quedaba embobado con las extrañas sonoridades y giros vocales de 'Space Oddity', 'Cygnet Committee' o 'Memory Of A Free Festival'. 


Quizás como agradecimiento eterno a mi padre, rozando ya mi adolescencia, y con el dinero ahorrado con mi paga semanal, le regalé un disco para su cumpleaños. Y, por supuesto, tenía que ser de Bowie. El último en aquél momento, que era 'Never Let Me Down'. Supongo que era uno de esos presentes que tiene parte de autoregalo. Como los padres que le compran el Scalextric al niño y luego juegan tanto o más que la criatura. Pero en este caso, era al revés. Era el crío el que quería escuchar más cosas de Bowie, y la excusa del cumpleaños paterno era la coartada perfecta. Reconozco que me llevé un buen chasco. Ese Bowie de canciones estándard y de sonido horriblemente ochentero me supuso un gran desengaño. Allí no había magia, ni misterio. Cualquier parecido con 'Space Oddity' era pura coincidencia. Y aquello fue como un divorcio para mi. Supongo que no fui capaz de apreciar en aquél momento la virtud que escondía todo aquello: el potencial camaleónico del personaje de las 1000 caras, y la increíble capacidad de reinventarse en lo que le daba la gana en cada momento. Era un riesgo, claro, porqué difícilmente iba a contentar a quien le quería de una manera y no de otras. Pero eso no importaba una mierda. Lo único que contaba es contentarse a sí mismo. Redefinirse, encontrar la chispa y el estímulo para seguir brillando con luz propia, y hacer camino con energías renovadas en todo momento. Por mucho que por medio hiciera cosas que me parecen una mierda, ahora admiro todo eso que había detrás. Con los años, tuve la suerte de 'reenamorarme' de Bowie, cuando un amigo del instituto me descubrió 'Ziggy Stardust'. Y, a partir de ahí, fui entrando en contacto con las canciones de 'The Man Who Sold The World', 'Aladdin Sane', 'Heroes' o incluso escuchando por curiosidad su época mod previa a la fama. No me considero ni mucho menos un gran conocedor de su obra, vida y milagros, porqué me basta y me sobra con los discos de esa época inicial. Su último disco me sigue dejando frío en lo musical, por mucho que tras su muerte entendiera muchas cosas que cambiaban mi perspectiva y mi mirada hacia 'Blackstar'. Pero por su presencia e influencia en mi vida, y por ese vinilo de mi padre que acabó en mi casa cuando hice la mudanza para independizarme, y por toda la fuerza, el carisma y el simbolismo del personaje, lo siento una parte importante de mi vida. Y sentí una gran pena aquel maldito lunes del mes pasado en que, al despertar y abrir el portátil, vi el post en Facebook de uno de los leopardos anunciando que Bowie había muerto. No podía ser. Bowie era de esos personajes inmortales que no podía morir. Si él moría, a todos nos iba a llegar el día, no había duda. Y además de ese miedo aterrador, sentí una inmensa rabia por no haberle podido ver nunca en directo. Cada año había la esperanza, cuando los días previos a desvelarse el cartel del Primavera Sound se disparaban los rumores. Pero no. Ya no podrá ser. 

"Odisea Espacial (...) invade y conmociona el ser entero. Como toda la música de Bowie, es al mismo tiempo extática e incómoda, inquietante (...) personal y universal, quizá galáctica, microcósmica y macrocósmica" - dice la etiqueta rosa de la contraportada de la edición española de 1973 que se compró en su día mi padre, cuando yo quizás ni había nacido. Cuatro décadas después, el efecto mariposa que inició la compra del vinilo de Bowie llega hasta aquí. Sentado delante del portátil, escribiendo sobre el disco con el vinilo apoyado a mi izquierda en la mesa, y percibiendo su música a través de medios digitales que ni se habría podido imaginar cuando compuso esta obra de arte. "Todo lo que somos está cifrado aquí. Sólo tenemos que escuchar"...



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